Florecer entre cenizas
¿Por qué me cubrí un tatuaje? Esta historia comienza en el que fue mi peor año -en todo sentido-. El 2018 para mí fue un año de muchísimo caos, tanto que hay partes de él que ni recuerdo.
Tenía poco tiempo de haberme mudado a Buenos Aires, y aunque esta ciudad me abrió los brazos desde el día uno, fue una época de muchos cambios y muchísima ansiedad, que en su momento no sabía detectar y mucho menos manejar.
Para ese entonces había leído mucho sobre la relación que tiene nuestra personalidad con los 4 elementos: la tierra conecta tu lado racional, el aire con tu lado creativo y la imaginación, el agua con la diplomacia y la adaptabilidad, y el fuego con la acción y la auto defensa. Y entre más indagaba y hablaba con personas con mayor experticia, más me daba cuenta que el fuego era mi elemento carente.
Eso, sin darme cuenta me obsesionó un poco, es decir, pensaba mucho todo lo que me costaba hacer valer mis ideas y opiniones, que podían pasar en cosas tan simples como el temor a hablar en público o pedir ayuda con una dirección, hasta con cosas más grandes como en el trabajo que alguien se robara el crédito de mis ideas, que me cargaran de más por no saber cómo decir que no o poner límites, que se aprovecharan de mi porque no me gustaba la confrontación... ¡me faltaba fuego!
Así que decidí buscarlo a toda costa, pero sin darme cuenta que me fui al límite. No es que lo buscaba para balancear, en ese momento veía que el agua, la tierra y el aire que eran mis dominantes (en ese orden) era algo negativo, en vez de verme como alguien emocional y empática me veía como alguien fácil de manipular y de pisar, en vez de verme como alguien creativa y soñadora, me veía como alguien que vivía de la ilusión y no en el mundo real.
Básicamente me forcé a aprender y lograr tener eso que no tenía, pero reprimiendo lo que sí. Aunque debo admitir que sí encontré herramientas para levantar la voz y hacerme escuchar, en el camino me perdí. Creo que en parte fue porque comencé a construir algo desde una vista auto-castigadora y reprimiendo gran parte de mi esencia.
Y sí, encontré el fuego, y me lo tatué para recordarme no perderlo. Pero fue tanto que me consumió de apoco, hubo tanto y sin control que quemó todo lo que había a mi alrededor, todo lo que había construido con mucho esfuerzo y cariño durante toda mi vida.
Me forcé tanto a encajar en algo que no era parte de mi que terminé perdiéndolo todo. Perdí a la persona que más he amado en mi vida, alejé a mi familia, me rodeé de personas a las que realmente yo no les interesaba, sino lo que mi fachada aparentaba o lo que les podía dar.
Pero lo más fuerte de todo es que me perdí a mí, y se sentía lo más literal posible. Sufrí de despersonalización, y me aterraba, me veía al espejo y era un debate interno en saber que era yo, desde lo más racional posible, pues me movía y eran mis movimientos pero no reconocerme. Me aterraba la situación en sí misma, porque en su momento no entendía qué me estaba pasando, y me aterraba por igual hablarla, tratar de explicarlo, sentía que estaba enloqueciendo (esto entre muchas otras cosas, fue una de las razones que me llevó a empujar a las personas que amo de mí y alejarlas lo más posible).
Como ves fue un período muy oscuro y que me llevó mucho tiempo comenzar a salir de él -de hecho no creía que podría hacerlo-. Sin embargo, poco a poco, inicialmente con terapia y luego con mucho trabajo de introspección comencé a sanar y a pedir perdón a quienes herí, aunque no podía deshacer lo ocurrido por más que quisiera, sí podía dar una explicación y mis respetos.
Y aunque pareciera que el momento oscuro sería lo más difícil, no lo fue, hacerle frente a todo lo sucedido sí. Levantarme y verme sola, sentirme sola, sin un rumbo a dónde ir, eso fue lo más duro de todo. Incluso aún hay días que me pesa.
Pero en el armar ese nuevo camino, de a poco me fui reencontrando conmigo misma, saque de mí y mi entorno todo aquello que no me aportaba a crecer, dejé atrás a esos amigos que realmente no lo eran. Y sumé todo lo que me motivaba, lo que me reflejaba, hice las paces con ese lado dominante que vive soñando, abracé mi empatía y mi búsqueda de bienestar, pero con cautela y mucho detenimiento, mucho auto cuestionamiento, di pasos chicos pero seguros y celebré cada uno de ellos.
Por eso sentí la necesidad de cambiar ese tatuaje, porque no me representaba, no era quien realmente soy, pero a la vez no solo lo quería tapar y ya, para mí era muy importante convertirlo en algo más, que ese fuego allí fuera la base de otra cosa, lo pensé mucho, eran ideas que iban y venían, hasta que este año entendí lo que debía ser: Flores silvestres.
Si hablamos desde el diseño del tatuaje en sí mismo, las flores eran lo suficientemente orgánicas para seguir las líneas de las llamas y mantiene el tipo de estilo de tatuajes que a mí me gustan (negros y solo líneas).
Pero si hablamos desde lo conceptual las flores son el recordatorio perfecto para todo lo que he vivido: Son todas especies diferentes habitando armónicamente en un mismo lugar, recordándome que no tenemos que tener sólo una etiqueta, podemos ser todas las que queramos. Además para florecer se necesita tiempo, cuidado y cultivo, no es de la noche a la mañana. A no dar por sentado las cosas pensando que lo que tienes es para siempre, sin cuidado y atención todo se marchita y muere. Y para que esas flores delicadas y lindas se mantengan, deben tener unas raíces grandes y fuertes dentro.
Después de todo no soy como un fénix que nace de nuevo. Sigo siendo yo, solo que florecí de vuelta desde mis cenizas.